Consecuentemente y para verlo mejor monté en el teleférico que está al norte de la ciudad (el mexicable). Y creo que la vista es bastante bonita.
Y fue ahí donde tuve ésta realización de que la Ciudad de México no es un lugar tan malo para vivir. Por ejemplo el teleférico que me costó 9 pesos, y me imaginé que es un precio muy bajo, que si esto fuera Suiza, costaría 50 euros.
Y me imaginé también que si éste cerro estuviera cubierto de nieve, sería como Suiza, y más barato y más bonito. Y mientras contemplaba el paisaje (ya de regreso al metro porque sólo recorrí una estación) me sentí afortunado y pensé que sería pena dejar esta bonita ciudad.
Acabé el viaje de teleférico y entré al metro para ir a casa (un metro que también cuesta muy barato, 5 pesos) y fue ahí donde pasé del amor al odio por la ciudad. Porque siendo un domingo a las 3 de la tarde en una dirección que no está muy concurrida, el metro empezó a tardarse mucho en cada estación. Y se empezó a llenar de gente, gente de la fea 🤣, de la que es grosera, de la que huele feo, de la que tira basura, de la que se avienta y avienta a los demás.
Me di cuenta que ya no soporto el metro de la ciudad de México en horas pico. Ya me había olvidado del amontonamiento y de la rudeza de la gente. Hace como tres años que no lo sufría y francamente ya lo odio.
Entonces fue que pasé del odio al hasta nunca. Porque, saben, pronto me voy a ir a Canadá. A vivir y a trabajar y, después de esta mala experiencia en el metro, espero que me quede allá para siempre. Hay muchas cosas que me gustan de esta ciudad, pero hay otras que francamente ya no soporto y me voy a alegrar de dejarlas atrás para siempre. No creo que mi vida sea perfecta allá, porque ningún lugar es perfecto, pero sé que al menos allá no voy a sufrir tanto en el transporte público.
Y pues, me preparo para decirle hasta nunca a esta ciudad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario